Por Otacilio Ferreiras
Como es de conocimiento público, Haití ha atravesado durante muchos años una profunda crisis política, social y económica. Esta situación ha generado un clima de inseguridad generalizada, haciendo que el país se vuelva prácticamente invivible. Como resultado, miles de haitianos han optado por emigrar hacia otras naciones —como es el caso de la República Dominicana— o desplazarse dentro del mismo territorio haitiano en busca de zonas relativamente más seguras, donde puedan sobrevivir y, si es posible, encontrar una oportunidad para mejorar su calidad de vida.
Dicho esto, entiendo que muchos piensen que es imposible alcanzar prosperidad en medio de la crisis. Sin embargo, si nos detenemos a analizar con detenimiento ciertos escenarios, podríamos llegar a una conclusión distinta. Por ejemplo, la ciudad haitiana de Juana Méndez —que limita con la ciudad dominicana de Dajabón— ha triplicado en población a esta última. Ambas comparten un mercado fronterizo que congrega a miles de comerciantes y compradores de ambos países. Este intercambio, en su mayoría legal y ordenado, ha generado un crecimiento económico notable a ambos lados de la frontera norte.
Cabe señalar que el gobierno de la República Dominicana ha implementado quince medidas destinadas a combatir la migración irregular. Esto ha motivado que muchos haitianos regresen voluntariamente a su país, mientras que otros han sido repatriados por las autoridades migratorias. Esta realidad crea una oportunidad clara: todas esas personas que residen temporalmente cerca de Dajabón representan un gran potencial para dinamizar aún más el comercio fronterizo, especialmente considerando que Haití cuenta con una producción interna limitada y, por tanto, depende en gran medida de su vecino para abastecerse.
No obstante, para que esta oportunidad se materialice, es imprescindible fomentar un ambiente armonioso y cordial. Si aspiramos a recibir el pago justo por lo que vendemos, también debemos ofrecer respeto y buen trato a quienes nos compran. Debemos evitar escándalos innecesarios y enfocarnos en proyectar lo positivo de nuestras relaciones bilaterales. Claro está, surgirán diferencias —pues se trata de dos naciones con culturas e intereses distintos—, pero la diferencia verdadera radica en cómo gestionamos esas divergencias.
Todo esto se puede lograr ampliando el mercado y cultivando relaciones humanas basadas en el respeto y el buen trato. Con esto no quiero decir que pongamos en riesgo la seguridad de los dominicanos. Entiendo la preocupación de quienes temen que el comercio con nuestros vecinos pueda amenazar nuestra soberanía. Pero el dinero —las «papeletas»— no es un arma; es una herramienta de vida. Quienes deben estar fuera de nuestro país son las bandas armadas y las personas con intenciones dañinas, no quienes buscan una oportunidad para vivir con dignidad.
Creo firmemente que hoy, más que nunca, tenemos una brillante oportunidad para transformar la crisis en riqueza. No se trata de alegrarse por la crisis de nuestros vecinos haitianos, sino de reconocer que esta realidad también presenta una circunstancia que puede beneficiar a ambos pueblos.
Estoy completamente seguro de que, si no somos capaces de sacar provecho de esta situación, otros lo harán. Los empresarios haitianos buscarán socios en otros países, y el dinero, como bien sabemos, no conoce fronteras. No perdamos esta oportunidad.