En el corazón de Zagreb, Croacia, una mujer desapareció sin dejar rastro. Se llamaba Hedviga Golik, y la última vez que alguien la vio con vida fue en 1966. Nadie preguntó por ella. No tenía familia cercana que denunciara su desaparición ni amigos que se alarmaran por su silencio. Nadie notó su ausencia.
En 2008, las autoridades de Zagreb, Croacia, intentaron reasignar un antiguo apartamento aparentemente desocupado. Había pasado tanto tiempo que pocos recordaban a quién pertenecía. Al forzar la entrada, se encontraron con una escena tan escalofriante como desgarradora.
Sentada en su sillón, frente a un televisor de los años 60, con una taza de té a su lado, estaba Hedviga Golik, momificada por el paso de los años. Su cuerpo llevaba allí al menos 42 años, completamente solo, olvidado por el mundo.
El apartamento era suyo, adquirido en tiempos de la antigua Yugoslavia. Nadie había vuelto a entrar desde que desapareció en 1966. Sus vecinos pensaban que se había mudado… pero nunca se fueron a comprobarlo. Nadie la buscó. No tenía familia cercana que denunciara su desaparición ni amigos que se alarmaran por su silencio.
El interior del apartamento parecía un museo del pasado: platos sin lavar, muebles cubiertos de polvo, el televisor aún frente al sillón, como si esperara transmitirle las noticias de un mundo que ya no la recordaba.
El lugar estaba tan herméticamente cerrado que las condiciones ambientales permitieron una momificación natural, preservando su cuerpo como un inquietante recordatorio de que había existido.
Hedviga murió en soledad absoluta. Y lo más perturbador: nadie notó su ausencia durante más de cuatro décadas.
Este caso nos obliga a mirar a nuestro alrededor y preguntarnos: ¿cuántas personas viven así hoy? Invisibles. Silenciosas. Olvidadas.
Porque no hay nada más devastador que morir… y que nadie te eche de menos.